lunes, 23 de abril de 2012

PERDÓN POR EL RETRASO

[NOTA DE PUBLICACIÓN: Previsto para antes de Semana Santa, pero se publica en el día de hoy, por ser más conveniente]

Lo dicho, debo pedir disculpas al Administrador por haber tardado tanto en escribir algo, pero esta vida moderna, las ocupaciones, los estudios, los contratiempos y demás… son una losa importante que solo ante un alarde de inspiración pueden ser superados.





Ante todo, os diré que creo que hay varias Semana Santa de Cáceres: la de la Fé y la de la Religión, pero también la de la Tradición, la Cultural, la Antropológica, la Artística o la de los Sentidos, o simplemente la de los recuerdos de la niñez, sobrecogido al amparo del abrazo protector de tus padres. Tanto los que estamos dentro como los que la ven desde fuera percibimos en ella aquello que cada uno vé, lo que su yo personal les hace ver, y por eso despierta en nosotros sentimientos por fortuna muy diversos; pero éstos, aún dormidos, deben estar dentro de nosotros, sean cuales sean, o de lo contrario no habrá nada que despertar. Uno de nuestros objetivos debería ser conseguir desempolvar y remover en los demás y en uno mismo esos sentimientos y emociones, fundamentalmente con nuestras procesiones y actos, pero también con nuestro ejemplo diario (frase retóricamente intachable pero muy, muy difícil de llevar a la práctica) y hacer que cada uno, los de fuera y los de dentro, saque a la luz esos sentimientos, sean los que fueren. Dicho esto, estoy convencido de que, aunque no parece que sea lo suyo, no hay nada malo en que alguien viva nuestra Semana Santa desde sólo la pura tradición cultural, o de remembranza patriarcal, sin que incluso participe activa y habitualmente -con su vida cotidiana- en los hitos y ritos de nuestro Cristianismo, y que incluso ese alguien podría también ser ejemplo para los demás con su comportamiento. Quizás sea justo reconocer que el esfuerzo de unos y de otros, más o menos religiosos, mas o menos “practicantes” (concepto que enmascara un lujo extraño que no todas las religiones se permiten), sería inútil sin la participación de todos, cada uno a su nivel, con su propio grado de compromiso, con su propia forma de vivencia y participación y con su mayor o menor ejemplo interior y exterior.











A todos nos une el mismo amor, e incluso en muchos casos pasión, por lo que estamos representando y por lo que experimentamos esos días, y participo de la muy contradictoria idea de que, si bien sería lo propio hacer esa catequesis durante todo el año con nuestros actos y con nuestro ejemplo, sin embargo para muchos es sólo en esa Semana Grande cuando esos sentimientos explotan y se renuevan, les deleitan con las emociones e inundan sus sentidos: el olor a flores, a incienso, el sonido de las horquillas sobre la piedra, la música, el olor a siglos de Historia… el olor a Cáceres en Semana Santa del que en otra ocasión he hablado. El sólo hecho de vivirla y sentirla profundamente merece nuestro respeto, en estos tiempos que nos ha tocado vivir, donde lo material ha apartado cuasi definitivamente a la participación desinteresada, al esfuerzo por que todo salga bien sin más recompensa que tu satisfacción interior (que se sublima, para mi, si todo eso lo haces con la cara tapada) o con la satisfacción exterior de haber hecho brotar en los demás, con tu pequeño granito de arena, un lamento, una oración, una lágrima, el recuerdo de un ser querido, de conseguir con tu sacrificio arrancar una emoción, una saeta, una mirada, un silencio, el estremecimiento de alguien … el escalofrío que sientes, como viento helador de primavera, al ver bajar un Crucificado por nuestro Adarve, auténtica Vía Dolorosa que, de tanto verla, apenas sabemos apreciar y valorar como sí lo hacen los que nos visitan…





Es por ello que me desconsuela comprobar cómo sentimientos inequívocamente profundos y hermosos se confunden con actitudes que, aunque merezcan el respeto que hemos de profesar a la diversidad, responden al mismo con el desprecio al propio respeto, basado, sobre todo, en la descalificación, en el fanatismo o en la ignorancia. Sé que cometo un grave error entrando al trapo de comentarios de blog o chat emitidos por gente que, confundiendo el verdadero valor del anonimato, juzga a otra gente sin conocerla, ocultos tras las digitales cortinas de un seudónimo, pero lo voy a hacer. Como mejor ejemplo, un botón: cuando Ignacio Blanco Palacios (una vez finalizado su mandato) dejó la Mayordomía de la Cofradía de las Batallas hace cuatro meses de Mayo, se publicó en un diario regional un breve artículo periodístico con entrevista donde éste aparecía en una fotografía realizada junto al Cristo de las Batallas. Siendo frecuente que los lectores digitales emitan sus comentarios sobre cualquier nota, noticia o artículo, alguien -un iluminado- escribió: La foto que ilustra la noticia es, al menos, irreverente. No entiendo cómo el Mayordomo de una cofradía acepta que le hagan una foto dando la espalda a su imagen titular y situándose a la misma altura. Esto habla de la nula cultura cofrade del Mayordomo, de la poca ortodoxia de la cofradía, de la irrelevancia de la misma y de sus titulares... En fin, en una foto, todo un tratado de ineptitud. Si a mi Hermano Mayor se le ocurre hacer eso con La Señora de la Amargura, Sevilla, que digo Sevilla, España se le queda chica para esconderse. Por más veces que lo leí, no encontré respuesta a una afrenta que consideré personal hacia mí y todos mis hermanos de la Cofradía, y ¡qué digo¡, de cualquier Cofradía.














Buscando un resquicio que me permitiera comprender la respuesta, no era capaz de imaginar cómo alguien podía erigirse en ariete de la ortodoxia y además calificar la de mi Cofradía, ninguneando desde su sevillana atalaya la relevancia de la Cofradía y la de sus Titulares… pero no tardé en comprender que yo estaba en el bando bueno, en el bando de la gente normal que siente orgullo por lo suyo sin menoscabo de lo de los demás, porque el “ignorante ortodoxo” “valedor de la pureza” y “luchador contra la irreverencia” desconocía, a pesar de su gran cultura, que su Señora de la Amargura de Sevilla, que es también mi Virgen de los Dolores, de la Esperanza o de la Soledad, debería estar llorando de rabia e impotencia al comprobar que su propio Mensaje, y el de su Hijo, no habían calado (sino todo lo contrario) en su “culto y valiente” pupilo, que en un simple comentario había escrito realmente todo un tratado de ineptitud apelando precisamente, y en vano, al nombre de Nuestra Señora.





Situaciones como éstas, donde no es infrecuente ver cómo valientes seudónimos utilizan la descalificación personal, el insulto o la crítica gratuita como herramienta para esconder su propia insignificancia, su equivocado sentido del significado de la Semana Santa, su escandalosa mediocridad o incluso su mal disimulada envidia, no hacen sino ratificarme en cuan espinoso es el camino, y en la idea de que mi esfuerzo, nuestro esfuerzo, está bien encaminado si lo dedicamos, desde el sacrificio personal, a hacer que la gente normal disfrute, sienta, viva e incluso participe, cada uno a su escala, de nuestras procesiones. Arrancar ese sentimiento o esa lágrima efímera (ajena o propia) hace que merezca la pena todo el esfuerzo, y compensa con creces los sinsabores que, por estar propiciados por gente sin valía y sin Valor, merecen, desde el respeto, mi desaprobación.





Y, por último, manifestar mi admiración por todos y cada uno de los que, desde su granito de arena, han hecho (mirando atrás) y hacen en la actualidad algo (grande o pequeño, llamativo o no, reconocido o no) por nuestra Semana Santa.





Quizás no esté muy de acuerdo en algunos de los postulados, o nada de acuerdo en las peregrinas confrontaciones que a menudo surgen, de ésta o aquella persona, pero ello no resta un ápice de mi admiración y respeto, aunque no haya sido hasta que no lo sufrí en mis carnes que no hubiera descubierto el verdadero valor de dicho sacrificio…mea culpa.





Y, desde aquí, suerte a todos, y sobre todo a la Hermandad Universitaria de Jesús Condenado, ese Cristo de los Adarves que esperemos nos va a dar imborrables estampas (por fuera y por dentro de uno mismo) si Dios quiere que, tras esta impenitente sequía, no nos caiga el Cielo sobre nuestras cabezas como viene siendo habitual en los últimos años.

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