Llegada esta época me viene a la mente el recuerdo de cuántas veces he coincidido con mi admirado Antonio Ramón Ramos Lillo y, como único pero amistosamente suficiente saludo, hemos intercambiado -acompañado de un leve gesto con las manos- un breve pero expresivo ¡ya huele, ya…¡. ¿Ya huele?... En este punto, hago mía una de las proclamaciones que se difunden -sobre fondo de fotografías antológicas- en el maravilloso vídeo promocional que se puede disfrutar en el Centro de Divulgación de la Semana Santa de Cáceres… en él se habla del olor a la Semana Santa de Cáceres, algo que yo identifico en verdad y que todos sentimos, aunque no lo sepamos...
Salvo algún año despistado en el que el calendario nos traiciona con la Luna llena de primavera a deshoras, lo habitual es que cuando ya hemos cumplido con el obligado rito del cambio de horario y nuestras tardes se llenan, de repente, de luz, parece que en un solo día nos encontramos de bruces con que en nuestra madre Extremadura, como sabemos, no existen los términos medios ni casi las primaveras, y que pronto comenzará a hacer calor, que el besapié del Nazareno ya nos ha despertado de nuestro sueño invernal, Cánovas se llena de gente, los fines de semana retoman su hormigueo de turistas descubriendo la ciudad monumental, y las chovas, estorninos y mirlos llenan con sus gritos de celo los muros del Adarve, convertidos en mágica banda sonora de la Plaza de San Jorge o del Foro de los Balbos… Pero navegando por el personalísimo mundo de las sensaciones físicas que adornan la Cuaresma (las espirituales merecen una reflexión mayor), es el olor de las tan mediterráneas escobas de flor blanca que pastorean entre los berrocales cercanos (para los del gremio, Cytisus Multiflorus) el que me hace sentir que ya está aquí, aquí mismo, la Semana Santa, que las notas de Macarena o Madrugada que mentalmente he tarareado tantas veces en silencio ya no son un espejismo, y resuenan a lo lejos traídas por los vientos del Ferial o de la Plaza de Toros.
Supongo que deben ser los aromas de brezo que desde hace años embriagan los minutos previos a la cuidada y tensa salida de la Oración en el Huerto, o la incomparablemente hermosa sinfonía de olor a flores frescas e intensas que la mañana del Jueves Santo enraízan y se anudan profundamente en la madera de los pasos de la Madrugada, prestos a ser engalanados con esmero por un ejército febril de manos inquietas e ilusionadas… quizás el amable y sutil aroma de las flores de blanco luto que acompañan -a modo de angelotes- a la Virgen de los Dolores en la mañana de los lunes antes de la emoción del desfile allá en la tarde… hay muchos ejemplos para convencerme de que ese que podría considerarse disparatado argumento, ese del olor a Semana Santa de Cáceres, es uno de los elementos imprescindibles sin el cual nuestra celebración no sería, insisto desde el material punto de vista, igual.
Como tantas y tantas cosas que no se pueden explicar, como la emoción, como el silencio, como los fríos del Adarve en el rostro, sólo hay que sentirlos y disfrutarlos… como un rito más, un elemento más, una razón más para descubrir o para enamorarse de nuevo de nuestra varias veces centenaria conmemoración de la Pasión, y yo invito a los que aún no lo han hecho a que este año llenemos nuestro interior de Olor a Semana Santa, y lo disfrutemos… pensemos que, sean muchas o pocas (habrá que ver los efectos de la crisis) han sido puestas ahí no por azar o como simple adorno, sino para intentar mitigar el sufrimiento del Señor aunque sea con un leve, casi fugaz aroma de nuestras flores que alivie su agitada respiración camino del Calvario.
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